Es verano pero... ¡Quiero escribir!
El temido, el abominable, el agotador verano ha llegado. Por supuesto no todo el mundo lo describe ni lo califica igual; sin embargo, para aquellas personas que trabajamos en casa y tenemos descendencia, tal vez (es un decir porque estoy completamente segura de que a mí se me han quedado cortos, muy cortos) estos tres adjetivos se queden cortos.
Muchos sabéis (y si no lo sabíais ahora sí) que tengo tres encantadores hijos; son adorables, inteligentes, inquietos, divertidos… (conste que lo digo armada hasta los dientes a lo Rambo)
Hablo en serio, no es solo amor incondicional de madre (apenas. Tal vez. Solo un poco), el inconveniente aparece cuando tu trabajo no conoce de tiempo libre ni de vacaciones (curiosamente lo mismo que los niños) y a eso hay que sumarle las edades de la progenie.
Los míos son peques todavía y si siendo mayores nos discutimos con nuestros hermanos, imaginaos de pequeños: es una juerga continua y constante (creo que a los que tenemos familia numerosa cuyos hijos se lleven poca diferencia de edad entre el mayor y el pequeño, deberíamos recibir algún tipo de reconocimiento oficial tipo vacaciones pagadas o vales para masajes, psicólogos… Voy dando ideas).
Pero aquí estamos, en pleno verano y con los dedos que teclean incluso en el aire (¿alguien recuerda a Jerry Lee Lewis?) de las ganas que una destila por poder plasmar todo lo que le viene a la mente sin tener la necesidad de hacerlo a escondidas con intención y alevosía para no ser interrumpida indebidamente y antes de tiempo.
Por desgracia los momentos en los que puedes ponerte ante el teclado escasean en esta época del año y con la casa tan llena de gente, ruidos varios y sonidos de todo tipo y tienes tantas cosas que hacer, que contar, que actualizar, que por dentro gritas.
Así que sí es verano pero… ¡Quiero escribir!
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