Este Agosto, extraño cosas extrañas...

¿No os pasa en verano, cuando todos se van de vacaciones y vosotros os tenéis que quedar trabajando que echáis algo de menos a la gente que se ha ido?

Cuando la ciudad se vacía, las calles y los pisos también.

Y todo es como más tranquilo, hay menos gritos, más pájaros y, a la vez, es un impás en el que parecemos sumidos en una extraña nostalgia (como Eduardo Noriega corriendo por una vacía Gran Vía en Abre los ojos).

Ahora no es como antes, que las ciudades casi se vaciaban por completo y durante un mes los pueblos de este gran país se llenaban de alegría, juegos y niños en parques y calles.

La Procesión es más modesta pero se nota.

Este año (me) toca quedarme trabajando (cómo dicen mis hijos últimamente: Oh, ¡qué pena! O como dicen las abuelas: que me quede como estoy o mejor) y me ha sorprendido las cosas que echo de menos al más puro estilo de La Ventana Indiscreta:

A la abuela que riega las plantas de su balcón cada mañana (espero que vuelva pronto o, en su caso, igual sí es preocupante), al hombre que sale a dar de comer a sus pájaros, a ese vecino que hace nada arreglaba su persiana y a la mujer que sube a tender al terrado los jueves sin falta.

Hace tiempo que el chico que habla y baila a solas en el tejado de su edificio no va por allí y la verdad es que ya era casi un compañero en la distancia.

Es cierto que hay más aparcamiento pero parece que la gente que se queda lo hace con hastío.

No llegan tan a menudo los nuevos productos al supermercado (es que es verano…) y los estrenos o películas nuevas del videoclub, no me hagáis hablar. Por otra parte, todos los que se quedan están en la calle (cada dos pasos te cruzas con algún conocido, oye) y además son las fiestas locales de verano donde, por supuesto, estará todo aquel que se haya quedado o vuelto para entonces.

Así que el año que viene, intentaré ser una de las que se van también, para que sea otro el que eche de menos el momento en el que levanto mis persianas.