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Escribir con niños


Escribir con niños en casa no es tarea fácil. Los que tengáis peques (o grandes) sabréis a lo que me refiero.

No es que no se pueda, es que tu sistema arácnido se dispara cada tres segundos y así a ver quién mantiene la concentración el tiempo suficiente para hacer que una frase no sólo tenga sentido, si no que os atrape y haga que queráis continuar leyendo.

Para empezar, escribir entre niños (en mi casa son pequeños) no es como en las películas. No es tranquilo y apacible, tú sentada en el sofá con la cabeza del peque recostada en ti mientras tecleas a buen ritmo y das sorbitos a tu taza de té caliente (me descojono yo de estas escenas). Viene a ser, más bien, como la escena del reportero, enviado especial de guerra, de las noticias del medio día; rodeado de gritos, cosas que explotan, que caen, carreras hacia ninguna parte y entrevistas a autóctonos (sobre todo para ver quién ha incrustado el coche de juguete en la frente de quién, quién ha saltado encima del bazo de quién y qué niño le ha atizado a cuál de sus hermanos.) Tengo que añadir en este punto que, ya desde pequeños, y sin que nadie les enseñe, saben aplicar la ley del silencio y se necesitan arduos interrogatorios para dilucidar la verdad (que el FBI convalidaría a cualquier Padre/Madre).

Por si fuera poco, también tenemos el momento que yo llamo, “refugiado de guerra”. Que suele ser cuando uno o varios de tus retoños aparecen llorando a pleno pulmón a tu lado como en una película de terror (porque aparecen de golpe y sólo empiezan a berrear una vez que están junto a tu oído) y claro, debes solucionar esa situación antes de poder volver al trabajo.

Eso sin contar con el momento “tapete de juegos”, en el que te conviertes en su juguete favorito y se dedican a pasarte sus coches y muñecos por encima como si fueras un tapete de juegos, como os decía más arriba. O el mejor, recibir un pelotazo porque se les ha desmadrado el juego de pasar el balón por el suelo (sí, he dicho suelo. Yo también me estoy preguntando lo mismo: Si juegan a pasar el balón por el suelo, ¿cómo puede ser que yo acabe recibiendo un balonazo? Pues aún no hay respuesta para eso. Al menos no una coherente. Maldita ley del silencio).

Otro momento que tenemos (más a menudo de lo que quisiéramos) es el momento “herida de guerra”. Os imagináis a qué me refiero (seguro que no os habéis equivocado). Son todos los golpes importantes y chichones, en los que, a veces, puede que incluso haya sangre.

Y entonces todo se vuelve caos a tu alrededor mientras tú te transformas en todos los superhéroes a la vez (incluidos Thor y Hulk) y en la Barbie enfermera y curas a tu retoño, le das una palmada y ves cómo se te derrite el corazón cuando, entre ellos se apoyan y se abrazan al ver que uno se ha hecho, “daño de verdad”.

Cinco minutos después, todo vuelve a ser como antes y te ves esquivando juguetes voladores.

Imágenes: MorgueFile


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