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Trabajar en Verano

¿Cuántas veces, a lo largo del invierno, no habré soñado con estar escribiendo desde alguna preciosa, remota y tranquila playa?

¿Y cuántas veces sabía que eran sólo eso, sueños?

Porque, vamos a desengañarnos. No voy a llevarme el portátil a ninguna playa.

Creo que el mero pensamiento me ha cortocircuitado alguna neurona.

Y es que la tecnología, el agua de mar y la arena, no se llevan bien (no me preguntéis a mí, no es cosa mía).

La idílica imagen de ver mis manos volar sobre las teclas del portátil en una terraza, con un gran vaso de té helado (sobre un posavasos y con una rodaja de limón de adorno) con una pajita y el mar ante mí con el rumor de las olas como inspiración (suspiro), es eso; una imagen idílica.

Seguro que el viento me enredaría el cabello y no podría ver la pantalla por tener la cara cubierta como la niña de “The Ring”, eso sin contar que no estaría sola en absoluto.

¿Sola en una terraza en verano? ¿Estamos locos?

Tendría el griterío infantil interiorizado, vale, pero el de las madres llamando a voz en grito a sus retoños…

Ése no es un grito fácil de interiorizar ni de pasar por alto (por nadie salvo por el retoño de la susodicha que como ya lo tiene interiorizado pasa olímpicamente de ella hasta que su voz adquiere un nuevo tono más agudo).

En serio, creo que hay madres, que un día podrán ser escuchadas única y exclusivamente por los perros (al tiempo).

Vayamos por partes, la escena que he imaginado antes sólo podría suceder en una película.

¿Y os hacéis una idea de cuántas tomas se pueden llegar a rodar para tener una buena?

Sin contar que luego hacen el montaje de las mejores partes de cada toma para la escena final (que es la que nosotros vemos en pantalla).

En conclusión, me llevaré el portátil a dónde vaya; menos a la playa.

A la playa iré a desconectar de la electrónica y a conectar con el niño interior que todos llevamos dentro.

Sí, ése que da ánimos al chaval que obvia los gritos de su madre desde la terraza del bar mientras está jugando en la orilla; ése niño interior que lo anima a continuar, diciéndole mentalmente:

Tú sigue chaval, si fuera importante de verdad, se habría levantado.

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