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Educación

  • 29 may 2015
  • 3 Min. de lectura

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Para algunos la educación no es más que aquello que se enseña en el colegio, aunque se refieren a las materias en sí y no al resto de “enseñanzas”.

Las materias de Ciencias Sociales, Matemáticas, Lengua, Idiomas, Tecnología y un largo etcétera se quedan cortas para formar a un ser humano; uno más bien diría que se trata de formación y no de educación en sí misma.

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En todo caso, para aprender hay que tener una predisposición (si no como se explica que personas que no daban palo al agua en el instituto hoy cuenten en su currículum con Klingon como segundo o tercer idioma por detrás del Élfico).

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Hay seres humanos que incluso han desarrollado la habilidad de hablar al revés (que uno se plantea: ¿En qué situación va a necesitar una habilidad como ésa?).

Otros, pueden montar un cubo de Rubik en segundos. En serio, sin cambiar las pegatinas de los colores (otra habilidad con la que muy lejos no parece que vayas a poder ir en la vida. Como mucho te vas a llevar un castañazo en la cabeza con el dichoso cubo por bacilar a alguien que ha intentado hacerlo y no ha podido y tú, yendo de listillo, se lo has quitado y lo has hecho…).

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Claro que, siempre hemos escuchado aquello de: “La educación viene de casa” y no se refieren obviamente a las materias impartidas en la escuela, en el instituto o en la universidad; más bien a un tipo de educación en la que, como sociedad, parece que estamos fallando. Una educación en sociedad, una educación cívica.

De todos es sabido que cada vez más, la población va en aumento (salvo en los últimos años en que, por causa de la crisis, mucha gente ha emigrado, frenando el crecimiento demográfico) y que nuestras ciudades y pueblos cada vez están más saturados, sumando a este hecho, la inmigración. No es de ahora, no es algo nuevo; nuestras ciudades son cada vez más plurales, tanto en cuestiones de raza, como de religiones, como de color de piel y sí, volvemos al punto de partida: Educación. Aunque esta vez, cultural.

Así que, tenemos un alegre batiburrillo en nuestras calles y escuelas de chicos acostumbrados a convivir entre ellos pero no en una sociedad adulta porque, seamos conscientes, no se les ha educado.

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Hay una educación cívica y social que es intrínseca del lugar donde vivimos, de nuestro entorno. Ello incluye nuestra familia, vecinos, conciudadanos, compañeros de escuela, etc…

A muchos quizás les duela leer esto, pero es ahí donde empieza la educación.

Los padres tienen la responsabilidad (de hecho la adquieren en cuanto deciden traer al mundo a una nueva persona) de educar a su hijo a convivir entre nosotros con respeto hacia los demás, mostrándole cuáles son los límites que no puede franquear, marcando un castigo por cada vez que los franquee.

Los vecinos, compañeros, conciudadanos, mal que les pese, son un ejemplo para los niños de los demás (y los no tan niños) y deberían ser más conscientes de este hecho.

Hay adultos que sí son conscientes, otros, por desgracia, no.

Así que sí, señores, la educación se trae de casa; y con ella, llegamos, predispuestos a escuchar, a atender y aprender la materia que el profesor tenga que explicar en el aula.

Saludar cuando llegamos, despedirnos al marcharnos, disculparnos, decir no cuando hace falta, no hablar de forma grosera por que sí; son pequeñas normas por las que empezar. No son difíciles.

Lo difícil es perseverar, lo difícil es hacerlo todos los días. Porque uno no puede decidir los días que es padre y los días que no, se es o no se es.

Aquí, los que no sois padres (ya os veo venir) diréis, yo no tengo hijos, no tengo por qué… Os equivocáis. Sí tenéis. Tenéis el deber, puesto que formáis parte de una comunidad, de comportaros de acuerdo a ciertas normas de convivencia y además, tarde o temprano tendréis hijos, sobrinos, nietos (algunos, no todos. Mucha gente opta por no tener hijos hoy día y es una opción muy sensata, pero aun así estáis en esta sociedad amig@s)...

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Como podéis ver tras mucho reflexionar, la conclusión es que la educación de una persona es global y es cosa de todos.

Por supuesto que unas figuras (como la familia) tienen más peso que otras (como los convecinos) pero todo nuestro entorno nos influye tanto si es de nuestro agrado como si no.

 
 
 

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