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Estoy Bien


Marta despierta con el estridente sonido del despertador. La alarma suena cada vez más fuerte junto a su cabeza en la mesita de noche; quiere volverse a apagarlo pero su cuerpo no sigue el movimiento que su mente pretende.

Cada músculo de sus brazos, piernas, espalda y cuello se encuentra contracturado desde hace tanto tiempo, que no puede recordar un día en que no le doliera.

Siente como si toda ella fuera un gran morado, como si alguien se hubiera estado dedicando durante las escasas dos horas que ha podido dormir esta noche, a golpear cada parte de su cuerpo para que no pudiera moverse.

La alarma vuelve a sonar debido a la repetición; Marta logra ladearse en la cama escuchando el chasquido de algunas partes de su cuerpo y algún que otro crujido y, con gran esfuerzo, alarga el brazo.

Mirando su mano con sus propios ojos, parece normal pero la siente hinchada, dolorida, acartonada.

Tardará unos buenos minutos en poder reunir fuerzas suficientes para despejar la bruma que envuelve su mente y reunir fuerzas para poder mover los dedos. Con la torpeza de sus movimientos matutinos, el reloj cae al suelo.

Deja de sonar. Marta permanece tumbada de lado mirando la pared de su habitación.

Cada mañana es lo mismo: Dolor. Con mayor o menor intensidad pero ahí está.

No puede escapar de él, no puede esconderse. No hay respiro.

La alarma vuelve a sonar. Los ojos de Marta se inundan en lágrimas. Llora amargamente sintiendo una profunda pena y un hondo pesar.

Lentamente logra sentarse en el borde de la cama, se siente agotada y aún no ha comenzado el día.

Cuando al fin apaga la alarma incesante y coloca el reloj en su lugar, ha pasado más de media hora. Lo más triste, es que no ha sido uno de los peores días. Hay veces en las que ha tardado más en poder levantarse.

Masajea el interior de un brazo con el reverso de la mano contraria con la esperanza de disminuir algo el dolor que la aflige.

Dos horas más tarde, Marta, completa y totalmente agotada, se ha duchado, vestido, preparado el desayuno y está sentada en la mesa del comedor tomando su primera taza de café cuando suena el teléfono.

—¿Sí?

—¡Hola Marta! Buenos días. ¿Cómo estás?

—Bien. Estoy Bien.


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